25 de mayo de 2010

Lila

       —¿Tú sabes qué día es hoy, Ping? —preguntó Colon.
       —Esto... veinticinco de mayo, sargento.
       —¿Y sabes lo que significa eso, Ping?
       —Eh...
       —Significa —intervino Nobby— que cualquiera lo bastante importante para preguntar dónde vamos...
       —... sabe dónde hemos ido —dijo Fred Colon.

CC 3.0 Atribución – Compartir igual, foto de Dada.

¡Justicia! ¡Libertad! ¡Amor a precios razonables! ¡Y un huevo duro!


Y para terminar de celebrarlo, no olvidéis que hoy sale Nación.
 

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5 de mayo de 2010

La historia de Joshua Easement, por Terry Pratchett

La Galería Nacional de Retratos británica ha desempolvado recientemente una colección de la época isabelina (finales del siglo XVI) que tenía en un almacén. Al no saber a quién corresponden todos esos retratos, la exposición que han organizado con ellos incluye unos relatos ficticios sobre sus vidas, escritos por autores contemporáneos. Sir Terry se ha encargado de uno de esos relatos y ha puesto a su protagonista el nombre de Joshua Easement. Su historia inventada, por supuesto, no tiene desperdicio.

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La historia de Joshua Easement, por Terry Pratchett

Sir Joshua Easement (de la mansión Easement en Shrewsbury) era, al menos según su propio criterio, uno de los últimos viejos lobos de mar isabelinos... ambición que, de algún modo, se malogró por su absoluta incomprensión de cualquier principio náutico. Los documentos hallados en el Museo Marítimo Nacional revelan que el método de navegación de sir Joshua consistía, a grandes rasgos, en dar topetazos contra cosas, situación que se agravaba por su total ceguera a las diferencias entre una jarcia y una castaña. Los afortunados marineros que sobrevivían después de navegar con él solían comentar en broma que todo se debía a que nunca se había cogido una buena jarcia, pero sí se bebía todo lo que le pusieran delante.

Los pocos diarios de navegación de sir Joshua que perduran hasta nuestros días sugieren con bastante claridad que su fracaso en descubrir las Américas lo llevó, sin embargo, a descubrir prácticamente todos los demás lugares. ¿Qué deducir, si no, de su comentario sobre la tierra de las gigantes ratas saltarinas que halló en los océanos meridionales pero que, debido a su forma de llevar los registros, perdió el día siguiente?

Con todo, en los últimos años del reinado de Isabel I, no solo triunfó en su empeño de encontrar las Américas sino que también encontró Inglaterra de nuevo. Al regresar, se presentó con gran pompa en la corte de la Buena Bess para regalarle un animal traído de aquel país lejano, cuyo pelaje blanco y negro consideró muy atractivo y digno de una reina.

La corte comprendió en aquel momento que, además de no conocer más que de vista el concepto de la dirección, sir Joshua no tenía absolutamente ningún sentido del olfato. El incidente empujó a la reina a reemprender sus viajes sin demora, a pesar de su salud desmejorada. Cuando unos frenéticos cortesanos le preguntaron cuál sería su destino, ella respondió: «Cualquier lugar alejado de ese cabronatho».

Aun así, mientras los sirvientes todavía se turnaban para limpiar los suelos de palacio y la mofeta hembra daba a luz en los sótanos, la reina otorgó a sir Joshua el título de Capitán de Gongfermores. En otras palabras, lo puso a cargo de las letrinas, empleo que obviamente le venía como anillo al dedo. Haciendo caso omiso a las risitas de los demás cortesanos, sir Joshua se tomó su puesto con gran seriedad e incluso adoptó el lema «Quod Init Exire Oportet» (Lo Que Entra Debe Salir) para su escudo de armas. John Dee dijo de él: «Es un hombre nacido bajo una mala estrella, y nunca ha sabido cuál es».

El nuevo siglo vio cómo sir Joshua, terco hasta el final y sin inmutarse por los gases nocivos que olían todos los demás, pasaba sus últimos años intentando hallar la forma de domeñar la naturaleza ignífera de esos gases. Tuvo tal éxito que su sombrero apareció en Kingswinford y su cabeza en un azuzadero de osos de Dudley.

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Traducción del texto publicado en Times Online.

Añadir solamente que los gongfermores (gong farmer o gongfermour) existían realmente en los tiempos de Isabel I. Su oficio está considerado como uno de los peores de todos los tiempos.

 

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